lunes, 31 de mayo de 2010

El PBI automovilístico

Ayer que iba a la kermés del Markham con Gia, un idiota se posó sobre el crucero peatonal. Se posó como se posan los palomos sobre las palomas, con orgullo, sin preocuparse del resto, con cierta fanfarria.

No era chofer de combi, tampoco era taxista. Era un "educado" piloto de su propio auto, ya entrado en años (aunque los años no hubieran entrado en él). Le reclamé (suelo hacerlo de manera educada) y el malnacido me respondió, me increpó, me atacó verbalmente frente a mi hija de tres años.

Le dije que iba a llamar a un policía (ejercicio inútil porque seguro que el agente -usualmente un uniforme con patas- iba a decirme que me abriera y no hiciera más problema). Y claro, como aquí nadie cree ni respeta a los policías de tránsito, muchos de los cuales solo saben mover la mano como monos para "dirigir" el flujo vehicular y estirarla para recibir monedas que le tiran desde las combis como si fueran orientadores.

Me gritó, me insultó, me dijo que el equivocado era yo, que no podía decirle nada porque no sabía lo que había pasado con el auto que estaba delante de él, razón por la cual estaba en esa posición.

Cuidando que mi hija no se asustara al ver a su papá discutiendo en la calle, finalmente solo le dije que estaba yendo en contra del reglamento, exponiendo la vida de los peatones (que no existimos en este país de autos monstruosos que se apoderan de todos los espacios existentes y de autoridades que pasan por alto las normas que ni ellos conocen o ni siquiera les interesa hacer respetar).

Me gritó más fuerte, me insultó nuevamente.

Por supuesto, no quise que mi hija siguiera escuchando los eructos mentales del malnacido, a quien no le importa que una niña de tres años sea puesta en riesgo teniendo su padre que abrirse invadiendo el carril que está en verde, en pleno cruce de Benavides con República de Panamá, donde los ómnibuses, inmensos e imparables, maniobran peligrosamente para sobrepasar a los autos que se disponen a voltear, casi subiéndose a la vereda.

Solo me quedó decirle a mi hija: "Mi amor, eso que hizo el señor está mal. Los autos deben dejar pasar a la gente que está caminando. No te asustes, ya se fue y tu papi siempre te va a cuidar. Por eso siempre te digo que tienes que mirar y cruzar la pista siempre agarrada de la mano de tu papá, tu mamá o tu abuelita, nunca solita".

Mientras aleccionaba y tranquilizaba a mi hija, un taxista, seguramente dueño de decenas de papeletas sin pagar; quizás con la licencia suspendida y/o sin SOAT, me gritó "¡Loco!".

Así es este país. El que reclama, el que educa, el que exige sus derechos, el que defiende la integridad de sus hijos, el que se atreve a hacerle frente al caos es un loco. Así es el Perú en crecimiento, cuyo Producto BRUTO Interno sube en todos los sentidos, y de lo cual nos sentimos orgullosos.

En una ciudad donde para los choferes el peatón es menos importante que un mojón de paloma que cae caprichosamente en la pista, en el que al policía le interesa más su conversación por celular que la vida que deberían proteger, a los peatones solo nos queda agarrarnos bien de la mano de nuestra mami o nuestro papi y tratar de sobrevivir. Solo nos queda correr, sortear malnacidos, cerrar la boca y estar asegurados.
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