jueves, 3 de febrero de 2011

El Sodalicio de verdad (parte 2)


Como hace diez años, cuando publiqué mis artículos por primera vez, el Sodalicio, la Iglesia Católica, la gran mayoría de medios, políticos y autoridades callan. La única reacción ha sido publicar, casi a escondidas y al día siguiente de la primicia de Diario16 y el primer post en este blog, un comunicado en su web de noticias. Un "tapahuecos", obviamente. Tarde. Y otros medios ni hablan del tema. Silencio absoluto.

Luego de publicar ayer mi segundo post, encontré un interesante artículo del periodista argentino Andrés Beltramo, corresponsal en el Vaticano, que  compara el caso de Germán Doig y el Sodalicio con el escándalo provocado hace un año por las graves revelaciones en torno a la doble vida de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Lo que más me llamó la atención es que las conclusiones a las que llega Beltramo son muy similares a las que yo expuse ayer aquí. Es que la lógica es matemática pura. Y, si conoces bien al matemático, mejor. Los invito a leerlo en este enlace.


Sin más preludio, comparto con ustedes mi tercer artículo de esta serie de seis, publicados todos originalmente en el año 2000, y que muestran que lo de Doig no es una aguja en el pajar del Sodalicio.

TERCER ARTÍCULO:
LOS ABUSOS DE LOS CURAS (Parte 2)
Publicado originalmente el 08.11.2000

Hoy contaré otra historia de lo que vi cuando viví en sus comunidades. Y, como les dije antes, tengo muchas otras guardadas que iré contando cada semana.

Cada noche nos reuníamos en la cocina de la casa comunitaria para tomar un café y conversar. Pero, esa noche de diciembre de 1987 fue diferente. Uno de los chicos que estaba pasando con nosotros el mes de “prueba” en la casa sodálite de San Aelred, en la Av. Brasil, era un muchacho correcto y muy serio. Se llamaba Diego (prefiero no decir su apellido porque fue realmente denigrante lo que sufrió). 

Diego era orejón, narizón, lo que los chicos llamarían un pavo, un ganso, un nerd, y vivía muy acomplejado por eso. Nuestro “formador”, Alfredo Draxl, nos motivó a todos a hacer escarnio de la condición de Diego, cual terapia cuasi freudiana. 

Primero, nos alentó a iniciar una competencia de puñetes en el estómago por turnos, un "juego" muy común en las noches de café de la casa de prueba. Diego y yo nos reventamos a golpes, hasta que él se rindió y yo fui ovacionado por los demás. Ambos resultamos mareados, adoloridos y casi sin aire. 

Inmediatamente, Alfredo nos dio instrucciones para el siguiente jueguito. Teníamos que intentar agarrarle las orejas y la nariz a Diego y él no debía dejarse. Nos revolcamos en el piso, lo correteamos, mientras el pobre Diego se tapaba como podía para que no lo hiciéramos consciente de ese complejo que lo atormentaba. Fuimos pasando, uno tras otro, forcejeando con él y buscando sus orejas y su nariz mientras él trataba de descifrar el sentido espiritual que seguramente tenía esta "terapia". Sus orejas terminaron rojas, su nariz hinchada y, entre los puñetes y la persecución para agrandar su complejo, Diego estaba exhausto, supongo que principalmente por la inmensa presión psicológica que estaba sufriendo.

Hasta aquí todo podría aún ser considerado un ejercicio lúdico casi inofensivo entre chiquillos, una especie de "bullying" neocristiano. Pero, lo que siguió fue terrible. 

Alfredo -quien había sido mi profesor de Filosofía en el Markham el año anterior- nos dio plumones, lapiceros y las instrucciones para el siguiente acto “caritativo” que, según él, haría que Diego enfrentara, de una vez por todas, sus traumas. Nos ordenó escribir en su cara, hinchada de tanto jalón, todas las palabras que se nos ocurrieran en relación con su complejo. La condición principal para que esto surtiera efecto era que no podía verse en el espejo hasta que todos termináramos de escribir. 

El ritual empezó. Fuimos escribiendo palabras de todo calibre, desde “pavo” hasta “fracasado” y “huevón”. 

Alfredo no actuaba por su cuenta. Él había sido elegido como nuestro “formador” por las autoridades del Sodalicio (que es parte de la iglesia católica, que organizó gran parte de las actividades de la segunda visita del Papa Juan Pablo II al Perú y que, por si acaso, es dueño de la parroquia de moda, en Camacho). Él nos enseñó ese “juego” y nos obligó a jugarlo hasta el final. 

Diego terminó siendo la pared viva para nuestros grafitis. Acabada la sesión de pintura, fue autorizado por Alfredo a mirarse al espejo. Diego tuvo que leer todo lo que le habíamos escrito y se volteó a mirarnos con lágrimas en los ojos. A pesar de haber sido parte de ese miserable juego que, supuestamente, tenía una intención liberadora, me sentí muy mal. Lloré al ver llorar como un bebé a Diego. Ese inofensivo muchacho de unos 18 años estaba siendo humillado en nombre de la religión enfrente de sus amigos y por ellos. 

Alfredo intentó “consolarnos” diciendo que éramos sus verdaderos amigos al haber evidenciado así sus miserias. Luego de esto, vino una intensa sesión de manipulación psicológica en la que a Diego y a nosotros se nos explicaba que debíamos enfrentar nuestros traumas para poderlos superar y que la única solución era refugiarnos en el Señor Jesús, su santa madre María, la iglesia católica y, en especial, en el Sodalicio. 

Todos fuimos sometidos a una “terapia” parecida a la de Diego en algún momento, pero la que más se grabó en mi mente fue esta. Nunca he visto a un ser humano tan desarmado, tan indefenso, tan destruido. 

Los curas hicieron que nos creyéramos que esta salvajada psicológica era la forma de llevarnos hacia nuestro propio yo y hacia su dios.

En los siguientes artículos contaré cómo un error mío hizo que me mandaran a cuidar una capilla de pie durante varias noches consecutivas sin dormir. También les contaré cómo me escondían en el baño cuando mi familia me iba a visitar, cómo nos hicieron comer torta de chocolate con espuma de afeitar, cómo el fundador del Sodalicio (Luis Fernando Figari) nos visitó en la casa de San Bartolo y nos gritó que debíamos ser capaces de estrellar nuestras cabezas contra la pared de piedras si él nos lo pedía, cómo me hicieron bañarme en la madrugada en el mar cuando sufría de una migraña que me cortaba el habla, cómo nos obligaban a nadar hasta una isla en San Bartolo con ropa y piedras, cómo me clavaban una cuchilla suiza en el cuerpo mientras estudiaba y luego me hacían apretar el cuello contra ella a pesar de mi llanto, entre otras cosas, todas de la vida real.

Si no leyeron mis posts anteriores, pueden hacerlo en http://bit.ly/sodalicio y http://bit.ly/sodalicio2. Mañana publico la cuarta parte.
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