martes, 12 de abril de 2011

Creer

A poco más de veinticuatro horas de los primeros resultados de la primera vuelta escucho y leo por todas partes que en estos días Ollanta Humala y Keiko Fujimori nos tienen que convencer, nos tienen que dar garantías, nos tienen que hacer creyentes.


Analistas y periodistas les recomiendan retractarse de cosas que han anunciado en la campaña y contradecir o borrar algunas partes de sus planes de gobierno. Les piden incluso cambiarlos íntegramente para que podamos creerles y votar por uno de ellos en otra elección en la que los peruanos nos polarizamos hasta niveles vergonzosos de intolerancia y desunión.

¿Ingenuidad o buenos deseos? Probablemente una insípida mezcla de ambas. Pero, con toda seguridad: resignación.

Es como cuando decides bajar de peso y no lo consigues. Normalmente no te aceptas a ti mismo, sino que te resignas. Y, para que no te duela tanto la consecuencia de tu falta de voluntad, te cuelgas al cuello el rótulo de "gordito simpaticón". Es como cuando no puedes pasar un curso o terminar la carrera y te resignas diciendo "eso no es para mí". Es como cuando no consigues un trabajo y dices que "la que contrataron se habrá acostado con el gerente".

Keiko Fujimori y Ollanta Humala ya dijeron todo lo que tenían que decir. Cualquier cosa que cambien de ahora en adelante no solo no sumará a su frágil credibilidad, sino que los volverá (más) mentirosos, (más) politiqueros, (más) demagogos, (más) desesperados por el poder y menos creíbles de lo que ya son.

No, Keiko no hará el mea culpa que le corresponde hacer a su padre hace diez años y que fue enterrado por el sonoro "¡soy inocente!" del día de su condena. No, Ollanta no dirá que Hugo Chávez es un dictador cuando ya dijo que es un líder que conduce un proyecto que aún no se puede evaluar.

Ni Keiko dirá que no indultará a su padre cuando el día del cierre de esa primera vuelta que la puso en la segunda pidió para él un aplauso "que se escuche hasta la Diroes". Ni Ollanta borrará del plan de gobierno de Gana Perú su nada velada pretensión de cambiar la Constitución por una que se adecue a sus intenciones de controlar los medios, extender su tiempo de estadía en la Casa de Pizarro o "caraquizar" el modelo económico.

Ni Keiko, que rearmó y pone como escudo el maloliente entorno noventadosmil del "Chino", va a garantizar con una tardía y forzada inclusión de independientes que no se dejará mangonear por quienes han comido de la mano de su padre y lamido sus callos por década y media. Ni Ollanta convocando mediáticamente a Beatriz Merino como Primera Ministra va a hacernos olvidar que los dictadores suelen ser cuestionados en poco tiempo por sus más cercanos colaboradores, a quienes -ya en el poder- despiden para rodearse de aquellos que realmente apoyan sus revoluciones egocéntricas y los acompañan en hazañas autoritarias que se prolongan por lustros.

Nada de lo que digan ambos candidatos será suficiente acto de contrición ni rociará su oscuro pasado con aromas de futuro renovado. Estos dos meses de campaña serán solo una envoltura improvisada para ganarle a alguien que deben conseguir que luzca solo un poquito menos decente, solo un poquito menos autoritario, solo un poquito menos peligroso.

El secreto de lo que se viene no está en lo que nos quieran presentar para comprarlos por cinco (o más) años, sino en lo que nosotros decidamos creer. 

Y uno cree lo que quiere creer. 

El voto del 5 de junio será, lamentablemente, solo eso: un voto por lo que decidamos creer, un voto de resignación.

Pero, las cosas cambian el 6 de junio, día en que demostraremos si somos capaces de respetar lo que la mayoría cree, que finalmente, de eso se trata la democracia. Nos van a mentir, sí lo van a hacer, como lo ha hecho cada uno de los políticos que hemos elegido desde que tenemos uso de razón. Eso no cambiará. Lo que sí será distinto es que, cualquiera sea el resultado, no vamos a dejar que hagan con él algo diferente a lo que nos hicieron creer que harían. 

Ya no más. Nunca más.
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