lunes, 29 de febrero de 2016

¿Por qué es importante para el Perú que Spotlight haya ganado el Óscar?



En los últimos meses, a raíz de la publicación de la impecable investigación periodística "Mitad monjes, mitad soldados", de Pedro Salinas en colaboración con Paola Ugaz, se ha destapado en nuestro país una caja de Pandora nefasta.

El Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) resultó ser una organización diseñada por su fundador, el laico peruano Luis Fernando Figari, para abusar física, psicológica y sexualmente de cientos de menores de edad y jóvenes de buena voluntad que eran reclutados por él y sus seguidores.

Luis Fernando Figari
debe afrontar sus denuncias en el Perú
La prensa ha abundado en detalles sobre lo que sucedía al interior de estas casas y las víctimas del Sodalicio y Figari seguimos pidiendo justicia. Pero el Ministerio Público no ha hecha nada visible a pesar del tiempo transcurrido y se escuda en que las víctimas no se han acercado a denunciar. Siendo yo una víctima de abuso psicológico y físico de Figari y el Sodalicio, y luego de quince años de venir denunciando los abusos sufridos, que han sido reconocidos como reales en privado y en público por varios jerarcas del Sodalicio, no pasa nada.

El proceso electoral en el que nos encontramos ha conseguido lo que el Sodalicio buscaba: que pase la ola para ellos y que la gente y la prensa olviden las gravísimas denuncias en contra de los depredadores y abusadores que aún viven en las comunidades sodálites. Empezando por Figari, que goza de protección del propio Sodalicio y del Vaticano en una fastuosa residencia ubicada en Roma. Figari, acusado de por lo menos cinco abusos sexuales y de decenas de abusos físicos y psicológicos, vive tranquilo gracias al dinero del Sodalicio y sus múltiples negocios, a los que nadie ha intervenido ni siquiera para iniciar una investigación a pesar de las denuncias.

Anoche ganó Spotlight (presentada en español como "En primera plana"), película que narra los hallazgos reales de un grupo de investigación periodística del diario The Boston Globe con relación a abusos sexuales cometidos en esa ciudad por miembros del clero y el encubrimiento sistemático que por décadas montaron altas autoridades de la Iglesia católica, entre ellas el cardenal Bernard Law, quien hoy (y no es coincidencia sino modus operandi) vive en Roma protegido por el Vaticano. El papa Francisco lo tiene ahí, en paz. Como a Figari. Como Juan Pablo II protegió a Marcial Maciel y a otros depredadores sexuales paridos por las entrañas de la Iglesia. Sí, San Juan Pablo II, el papa viajero, nombró a Law arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor. Y lo nombró conociendo todas las denuncias en su contra.

El cardenal Bernard Law encubrió más de 5000 casos de abuso sexual 
y hoy vive en Roma al amparo de la Iglesia (foto: http://www.telam.com.ar)

Ni Francisco hace nada, ni las autoridades peruanas hacen nada. Mientras tanto, las víctimas luchamos solitaria e incansablemente con lo que podemos para que se haga justicia. Y no se hace. Como no se hizo con las decenas de víctimas de los curas pederastas que recoge la investigación del grupo Spotlight, sobre el cual se hizo la película ganadora del Óscar.

Los peruanos debemos aprovechar esta visibilidad que le otorga la Academia a una película sobre miles de abusos sexuales cometidos por el clero católico en Boston para exigir a nuestras autoridades que sean serios en su investigación. Recuerden que hay cientos de abusados en nuestro país que esperan justicia, como la espera hasta hoy quien fuera un niño de cuatro años violado por un cura al que Law encubrió junto con otros 5000 casos de abuso sexual en la Iglesia.

Spotlight no es una película más que gana el Óscar. Spotlight no es ficción. Spotlight es un hito histórico que muestra que el mundo ya no le teme al Vaticano y es capaz de aplaudir a quienes tienen la valentía de hacer evidente su falta de escrúpulos con las miles de víctimas que cargan la cruz de haber sido despellejados de su fe por un pene clerical.

Pero, no basta con aplaudir, ahora hay que hacer.

Puedes leer todo lo que se ha escrito en este blog sobre el caso Sodalicio y Luis Fernando Figari en este enlace.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Lo que defiendo en estas y todas las elecciones (por si a alguien le importa)


No suelo hablar de política, ya que mi interés primordial en la vida va por otros rumbos. Sin embargo, en estas fechas, es inevitable hacerlo. Siempre he sido claro sobre mi postura ante el voto obligatorio. Creo que es una falla del sistema democrático. El voto voluntario es, para mí, un requisito ineludible en una sociedad que se jacta de ser una democracia en todos sus extremos. Obligar a la gente a votar -no importa con qué excusa o estudio o justificación sociológica o psicológica- me parece una manera de perpetuar la ignorancia y la elección de autoridades mediocres que no deben hacer ningún esfuerzo para convencer a un pueblo que no muestra interés en propuestas, sino que se ve obligado a votar para evitar una multa que la mayoría no puede pagar porque dejaría de comer uno, dos, tres o más meses. 

Es fácil sonreír o dar dinero o prometer ayuda o regalarle a alguien un polo o un gorro que le servirá para evitar comprar los que necesita para enfrentar las inclemencias del clima y con eso obtener un lugar en el top of mind del elector que decide en la cola mientras conversa ligeramente con los demás sobre "¿por quién vas a votar?". La esencia del fracaso de nuestro sistema democrático es que no es democrático desde su primera premisa: el voto voluntario. Es por ello que, elección tras elección, como no puedo ejercer la opción de no ir a votar si no me convence ningún candidato y no quiero sentirme obligado a endosarle a nadie mi confianza ni votar por el mal menor, tomé la decisión libre, democrática y constitucional de expresar mi disconformidad con el voto obligatorio viciando el mío. Y eso también es democracia. Tener la potestad de no apoyar a nadie en las elecciones porque no apoyo el sistema fallido que lo pondrá al mando de nuestro país. Mientras no se elimine el voto obligatorio no le regalaré mi voto a nadie que no me convenza como se debe convencer a un pueblo que se respeta y al que se quiere servir, no del cual uno se quiere servir al llegar al poder. Si me siguen en mis redes sociales, en especial en Twitter, verán que no les será fácil identificar si apoyo o no a algún candidato en particular y serán testigos de cómo me regalo la oportunidad de señalar lo bueno o -con mucha más frecuencia- lo malo, de cualquier postulante, ya sea al Congreso, la Alcaldía o la Presidencia, según el proceso en el que estemos. Claro, siempre habrán personas con medio cerebro que lean una publicación mía de 140 caracteres criticando a alguien y, solo con ella, asuman que esa es mi posición universal frente al proceso electoral y sus participantes. Pero ese no es mi problema. La incapacidad de ver más allá de sus rodillas es rollo de cada uno. Así que, si me lees criticar a alguien o aplaudir a otro en estas semanas previas a las elecciones, sea candidato al Congreso o a la Presidencia, no te hagas ilusiones. No significa que votaré por tu candidato preferido ni que estoy atacando al que odias. No votaré por ninguno. Y esa decisión no tendrá que ver con ese candidato ni con lo que tú, los medios o las redes sociales tengan que decirme sobre él. Tiene que ver con una postura frente a un sistema que le da el mismo valor al voto de un ciudadano informado que al de alguien que leyó un meme o recibió un polo o tomó su decisión por la cantidad de personas a su alrededor que votarán por el mismo que él. Todos tenemos el mismo derecho a votar y eso no lo pongo en duda. Pero todos tenemos también el derecho a no votar, y ese es un derecho secuestrado en nuestro país. Y mi vía para expresarlo, por el momento, es votar viciado. P. D. Si aún crees que el voto viciado termina apoyando al candidato ganador o algo así, te invito a leer un post que escribí hace unos años sobre ese mito de marras.
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